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Writer's pictureLuis Melgar

El gato del museo. Con sombrero y lentejuela 2.

Updated: Sep 19

Las crónicas egipcias de Lady May.



My dearest gentle readers,

El viaje de lady Paula a Egipto no podía arrancar sin una visita al Museo de El Cairo… un lugar donde historia y magia se entrelazan de maneras que solo los verdaderos aventureros podemos comprender. Yo misma pasé incontables horas en ese museo durante mis días de exploradora, especialmente en los misteriosos sótanos, donde me dediqué a buscar la momia de Hatshepsut entre sarcófagos antiguos, estatuas de gatos y rollos de papiro que susurraban secretos de tiempos pasados.


Permítanme comenzar este capítulo con una escena que se desarrolló en las grandiosas salas del Museo de El Cairo, donde mi querido amigo Luis, un caballero con un innegable aire de erudición —ya lo imagino dentro de unos años, con una larga barba blanca y un bastón—, compartía con su pequeña Paula algunos de los secretos más fascinantes del antiguo Egipto. Mientras caminaban entre estatuas imponentes y vitrinas llenas de reliquias milenarias, Luis se detuvo primero ante la estela de Narmer, una de las piezas más enigmáticas del museo, que representa la unificación del Alto y Bajo Egipto. Con voz solemne, le explicó a Paula cómo esta estela mostraba al faraón Narmer llevando la corona del Alto Egipto en un lado, y la del Bajo Egipto en el otro, unificando así dos tierras bajo su poder. Luis omitió mencionar que la estela también es un recordatorio de la brutalidad que acompañaba a estos actos de unificación... pero esa es una historia para otro día.


Después, la condujo hacia el piramidón, una imponente pieza de piedra que una vez coronó una de las grandes pirámides de Giza.

—Imagina, Paula —dijo Luis con entusiasmo —que este bloque de piedra fue el punto más alto de la estructura más grande construida por el hombre durante miles y miles de años. Reflejaba la luz del sol, un símbolo de la conexión entre los dioses y la tierra.

Lady Paula, con los ojos bien abiertos, asimilaba cada palabra. Pasaron luego a observar los ojos pintados en los sarcófagos, esos ojos que parecían seguirte dondequiera que fueras. Luis le explicó que aquellos ojos permitían al difunto ver en la otra vida, vigilando eternamente desde su morada en el más allá.

—Siempre vigilantes, Paula, como tú cuando papá Pablo y yo decimos que es hora de dormir pero tú insistes en que quieres quedarte despierta cinco minutos más —bromeó Luis.


A continuación, fue la estatua de la diosa Sekhmet capturó la atención de Paula. No me extraña. Mi papá nos regaló a mis hermanas y a mí siete estatuas de la diosa leona… pero eso también es otra historia.

—Sekhmet, la poderosa leona, era temida y venerada a partes iguales —explicó Luis—. Era la diosa de la guerra, pero también de la curación. Parece una contradicción, pero significa que hasta los aspectos más feroces de la vida pueden tener un propósito curativo.

—Papá, lo he decidido, ¡quiero ser egiptóloga!

Luis no dejó de mencionar los vasos canopos, esos recipientes que contenían los órganos momificados de los difuntos, cada uno bajo la protección de un dios diferente.

—No te preocupes, Paula —dijo Luis con una sonrisa—, no te pediré que guardes tus juguetes como los antiguos egipcios guardaban sus vísceras, pero es fascinante, ¿no? Saber que hasta en la muerte, todo debía estar perfectamente ordenado”.


Pero lo que más fascinó a la adorable lady Paula fue sin duda el trono de Tutankamón, dorado y majestuoso, así como los dos guardianes que Howard Carter había descubierto en la tumba del joven faraón.

—¿Sabes, Paula? —le dijo Luis en un susurro conspiratorio—, estos guardianes han protegido a Tutankamón durante miles de años. Y aunque Carter se llevó toda la fama, fueron los guardianes quienes se aseguraron de que Tutankamón llegara intacto hasta nuestros días.

Papá Pablo y lady Paula aprovecharon para posar juntos en la misma postura que los guardianes… Paula, absorta, imaginaba aquellos días de descubrimiento, casi sintiendo la emoción que debió embargar a Carter cuando, por fin, abrió aquella puerta sellada por el tiempo.


Al fin llegaron ante la estatua de Akenatón, el padre de Tutankamón, un faraón que, como le explicó Luis, era tan misterioso como fascinante.

—Akenatón, Paula, no era ni hombre ni mujer, o tal vez era ambos. Hoy en día lo llamaríamos no binario…

Ah, my dearest gentle reader! This author no puede dejar de recordar que, en mis días ¡no teníamos palabras tan modernas! Pero, pensándolo bien, quizá eso explica muchas cosas… porque vamos a ver, ¿por qué todo ha de ser blanco o negro? ¿No existe acaso una rica escala de grises? Yo misma fui una nota discordante en mi época, y Akenatón, casado con la inteligentísima Nefertiti, no solo rompió los moldes de hombres y mujeres, sino que también se atrevió a fundar una nueva religión... ¡monoteísta! Imagínense, desafiando a todos los dioses tradicionales y creando un culto completamente nuevo. ¡Eso sí que es ser atrevido!


Pero lo que quería contar hoy va más allá de un simple paseo educativo por el Museo de El Cairo. La visita de lady Paula resultó ser una experiencia absolutamente extraordinaria. Se encontraba observando la figura de Akenatón cuando sucedió algo inesperado: lady Paula volvió a ver al gato siamés que había conocido en el hotel de Eugenia de Montijo.

La aparición del gato, con su elegante caminar y sus ojos azules como el Nilo, despertó en la pequeña egiptóloga una irresistible curiosidad. Sin pensarlo dos veces, comenzó a seguir al felino a través de los intrincados pasillos del museo, dejando atrás a sus papás, absortos en la fascinación de las antigüedades.


Paula siguió al gato, que parecía saber exactamente a dónde se dirigía, por una serie de galerías cada vez más oscuras y desiertas. Finalmente, tras descender por una escalera que la llevó a la planta de abajo, llegó a una puerta entreabierta que daba acceso a uno de los almacenes del museo. Con la emoción latiendo en su pecho, Paula entró.

El almacén era un lugar sobrecogedor. Cientos de momias apiladas una sobre otra, envueltas en lino amarillento por los milenios, reposaban en estantes de madera que crujían bajo el peso de la historia. La luz que se filtraba era tenue, apenas suficiente para iluminar las sombras que parecían cobrar vida en la penumbra. Lady Paula sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, pero no de miedo, sino de emoción. Sabía que estaba viviendo una auténtica aventura, como las que yo misma de jovencita.


El gato se detuvo junto a una de las momias, una figura imponente que parecía estar esperando ser descubierta. Paula, con la cautela de una exploradora experimentada, se acercó lentamente. En ese momento, sintió una conexión especial con ese lugar, como si estuviera destinada a estar allí, como si, de algún modo, compartiera el mismo espíritu aventurero que aquella momia.


Al cabo de un rato, Paula escuchó voces en la distancia. Eran sus papás, que finalmente habían notado su ausencia y la estaban buscando. Con una última mirada al gato, que la observaba con su rostro imperturbable, Paula sonrió y salió del almacén, sabiendo que había vivido algo extraordinario, algo que solo podría entender alguien con un alma de egiptóloga.


Y así, my dearest gentle readers, Paula regresó con sus papás, quienes la abrazaron aliviados y algo divertidos por su pequeña travesura. Pero Paula sabía que había vivido una aventura única, una que la conectaba de algún modo con el antiguo Egipto y con las historias que aún están por descubrirse en los rincones más oscuros del museo.

Vuestro incansable espíritu explorador,



Lady May.

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