Hoy inauguro una nueva sección de mi blog dedicada a comentar algunos libros que leo y que, por un motivo o por otro, no son tan conocidos como (a mi juicio) deberían. Y digo biopsia porque voy a analizar libros que están vivos y que seguro que aún tienen mucho recorrido por delante. Dejemos las autopsias para los muertos.
Para inaugurar esta sección, me gustaría hablar de un libro que me ha acompañado estas últimas vacaciones en la playa y que tiene un título que parece hecho a propósito para esta época del año. Se llama “Solo queda el verano”, y forma parte del valiente proyecto que nos trae la editorial Egales para dar visibilidad a la literatura LGBTI.
“Solo queda el verano” pertenece al género de la novela adolescente que a mí, personalmente, me encanta. Guilty pleasure? Puede ser, pero opino que todos tenemos muy fresco en el recuerdo al adolescente que un día fuimos, y de vez en cuando nos agrada volver a aquella época y pensar cómo habría sido si entonces hubiéramos tenido los conocimientos de ahora. Una novela es, a mi juicio, la mejor forma de hacerlo.
El autor, Alex Ygoa, ha dado una vuelta de tuerca más y plantea un tema que apenas se ha tratado en la literatura y mucho menos en narrativa juvenil: el amor a tres bandas o, como se dice ahora, el poliamor. Y lo hace de una forma tan natural y elegante que no puede herir sensibilidad alguna, insinuando sin llegar a mostrar y con importantes dosis de humor.
“Solo nos queda el verano” nos cuenta la historia de tres adolescentes, Alex, Jake y Kevin, que estudian en el típico instituto americano que todos conocemos por las series de Netflix. Lo primero que me llamó la atención quizá, fue que el protagonista se llamara igual que el autor, así que no pude resistirme a preguntarle. Alex (el de carne y hueso, no el personaje) me reconoció que había parte de autobiografía en la novela, pero sobre todo me contestó algo que me dejó bastante sorprendido: «he oído muchas veces el comentario con intención homófoba de que Alex es nombre de gay, así que pensé: pues me da igual, ¡a mucha honra!».
Así que nada, Alex es nombre de gay. Pues a mucha honra.
Alex es un chico listo estudioso y puede que sí se le vea un poco el plumero (como a mí, como a casi todos), pero Jake y Kevin pasarían seguro por 100% heterosexuales. Kevin es el chico perfecto, atleta, buenas notas, capitán del equipo de fútbol y el novio de la animadora más sexy del instituto. Jake es su opuesto: un repetidor con fama de gamberro y peligroso. Sin embargo, los tres fraguan una amistad tan especial que les llevará a seguir reencontrándose durante toda la vida. La novela se ubica en tres momentos diferentes: el instituto, la universidad y cuando los tres han salido ya al mercado laboral.
La leímos Pablo y yo, como os digo, a la sombra de las palmeras en las playas de Hainan, con Paula chapoteando de fondo. La terminamos en apenas dos días. A los dos nos encantó, ¡y Pablo es mucho más exigente que yo!
Entre sus puntos fuertes destaco que los personajes están muy bien perfilados, la estructura funciona, no tiene «pretensiones» (lo cual es un alivio en estos tiempos en que todo el mundo quiere darnos clase), hay giros imprevistos y, además, es creíble. Me gusta también que las motivaciones de los personajes quedan muy claras sin necesidad de dar demasiadas explicaciones. También es agradable que tenga ese final propio de comedia romántica que a veces los autores se empeñan en negarnos.
Alex (el de verdad) me contó que la historia está situada en EE.UU. porque tiene una conexión muy fuerte con ese país:tiene familia ahí, ha ido varias veces a California y… algo importante, dice que «le gusta mucho la luz que tiene y eso es lo que he querido que el lector se imagine». Siempre digo que las novelas surgen de una idea que a menudo es una imagen, una sensación, un destello. En este caso, está claro que esa chispa cuasidivina es la luz de California y a mí, al menos, me la ha transmitido perfectamente.
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